La Sociedad de Naciones, creada en 1919 con el propósito de garantizar la paz entre los Estados, nada pudo hacer para contener el expansionismo fascista. Es más, las sanciones que le fueron impuestas a Japón por invadir China (1931) y a Italia por ocupar Etiopía (1935), lo único que lograron fue que estos países estrecharan sus vínculos mediante una serie de pactos y alianzas, como el Eje Roma-Berlín (1936) entre Italia y Alemania, y el Pacto Antikomintern (1936) entre Japón y Alemania. Hitler seguiría un camino similar retirándose de la Sociedad de Naciones en 1935 y dando inicio a una carrera armamentista que llevaría a los eventos de 1939-1945.
El reclamo de los Sudetes, y el pedido de ayuda del gobierno checo a Francia a Inglaterra, condujeron a celebrar la Conferencia de Múnich (setiembre de 1938) para decidir no solo la suerte de Checoslovaquia sino de Europa. Reunidos Chamberlain, Daladier, Mussolini y Hitler, convinieron en aceptar la ocupación alemana de Checoslovaquia en las zonas de habla germana. Paradójicamente, se creyó que Hitler cumpliría su compromiso de no invadir otros países, y que la Conferencia había asegurado la “paz para nuestro siglo”, cuando un año después se desencadenaría un conflicto de proporciones inimaginables.
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